Y al final el amor que recibes equivale al amor que haces.
Te amo, de esa menera en la que pocos aman, de la forma en la que se espera ser amado toda la vida, te amo, sin peros ni por qué.
Te extraño, al punto tal de necesitarte, de la atípica situación de quererte a mi lado, te extraño, de la manera en la que tu presencia me hace falta.
Te olvido, de la forma en la que no hago más que recordarte, cuando los recuerdos hacen daño, te olvido, cuando sólo busco reemplazarte.
De todas las cosas que he intentado contigo, no he conseguido más que aferrarme más a ti.
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Debo ser sincera y confesar que su compañía no era del todo agradable, pero sin él a mi lado mi vida era un completo desastre. Muchas veces, intenté alejarme de él cuando en realidad no deseaba otra cosa más que no me deje marchar. Me daba la paz que necesitaba, la tranquilidad y las esperanzas de seguir. Debo admitir que muchas veces le fui infiel a mi corazón, reprimiendo más que algún te quiero sin razón.
Sólo lo necesitaba, con él bastaba, con él sobraba. Él inundaba cada hueco de amor, no le bastaba con tan solo completarme. Formaba parte de cada recuerdo, de cada sentimiento, de cada vivir; formaba parte de mí. Cuando al fin comprendí que ya era demasiado tarde para dar marcha atrás, sólo me deje amar.
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