Una vez me dijeron nena vos tenes complejo de inferioridad ¡Aprendé a valorar!
Tengo que aceptar que esas palabras hicieron un ruido horrible en mi interior y dieron vueltas en mi cabeza por mucho tiempo ¡Pero qué fácil! Qué fácil suena decirlo cuando no estuvieron ni un segundo en mi lugar, qué fácil es decirle a otro que cambie, qué fácil es hablar...
Tengo que confesar que algunas cosas que pase en la vida no fueron tan bonitas, aunque siempre me consuelo diciendo que podrían ser peor. Tengo que confesar que pocas veces me sentí acompañada o contenida, y que me duele en el alma la desigualdad. No me cuesta comprender la tristeza humana porque encuentro en los ojos de los demás el mismo vacío que en los míos. Fui más débil que fuerte pero intento cambiar.
Me lastimaron de mil maneras, y lo único que hice fue llorar en el silencio de mi habitación...
Se burlaron de cómo hablaba y se rieron de mí en coro. Seis años de terapia no bastaron para solucionar mi habla (para los otros) y mucho menos para terminar las burlas.
Me dijeron que me veía gorda y que deje de comer. Me lo dijo mi profesor de gimnasia cuando tenía 11 años. Nunca más regresé.
En la adolescencia se burlaron de mi cuerpo y sí, yo ya no parecía una nena. Tuve que soportar la vergüenza de las miradas de los hombres sobre mí y las risas de mis compañeros. Por eso hoy oculto mi cuerpo.
Se burlaron de dónde vivo y de dónde vengo. Se burlaron de lo tengo y cómo me visto. Se rieron y rieron, pero jamás reconocieron el esfuerzo de mi familia por darme lo mejor que podía. Perdón papá por sentir vergüenza.
Se volvieron a fijar en mi cuerpo, pero ya más grande. Es verdad, no cumplía con los estereotipos que las televisión intenta imponer. Entonces me abracé a un inodoro y la gente me amo por ser delgada.
Me maltrataron en el amor, me compararon y me hicieron creer que era menos. Les creí y me odie por no ser suficiente.
Le conté a mi familia que me odiaba y que la bulimia me estaba matando por dentro. Me llamaron enferma. Les creí todo y me llene de más odio.
La vida siempre nos rompe y nos quiebra. Nos vamos malgastando con el tiempo, con personas y con momentos. Volcamos todas nuestras fuerzas en cosas innecesarias y creemos no poder encontrar la solución a nada. Nos miramos en el espejo y nos preguntamos cientos de por qué. Somos vulnerables, tan vulnerables.
Mi complejo de inferioridad sí existe. Todavía tengo timidez para hablar, lloro cada vez que debo vestirme, no me gusto en el espejo, ciento vergüenza cuando preguntan dónde vivo, odio que vengan a mi casa y unos cuantos complejos más. Las heridas del alma tardan en sanar y otras no cierran nunca. Perdono pero no puedo olvidar. Y con los ojos llenos de lágrimas me abrazo y me digo yo puedo más, yo soy más ( o al menos, mucho más, de los que me dañaron).
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