Acá estamos los dos juntos, disfrutando del hoy, esperando
el mañana y recordando el ayer, luchando por permanecer. Por resistir en un
mundo donde la mentira es más famosa que la realidad, donde las palabras valen
más que nuestros actos y donde decimos lo que pensamos negando lo que sentimos.
Luchamos por seguir, por compartir este placer de tenernos al lado y por
comenzar a ser dueños de nuestros sueños. Pero la verdad es que, jamás fui tuya
y jamás lo seré, tu alma no me pertenece y jamás la tendré, pero nos
conformamos con tan solo robarnos parte de nuestro tiempo. Acá no hay nada
asegurado, y mucho menos eterno. No se debe negar lo evidente, no hay amores ideales
y aun menos perfectos. Cada uno ama a su manera o aprende junto a la querida
experiencia, pero todos merecemos un poco de amor.
Algún día te volveré a encontrar en mi camino, me mirarás,
me sonreirás y estaré orgullosa de decir que ya no siento nada. Aunque duelan
las despedidas y aun mas el olvido, el tiempo cura todo y es nuestro gran
amigo. El amor es infinito y el cariño también, pero no todos merecen ese
placer. Desperdiciaste la oportunidad del querido ‘nosotros’, quebraste mis
sueños y me alejaste de ti. Me borraste de tu mente e hiciste como si nunca
existí. Tu marcha me dejo una gran cicatriz en el alma y un fuerte llanto que
nunca se calma, pero junto a reflexiones entendí que jamás fuiste quien yo
creí. Habías pintado dulces cielos de rosa, robado las estrellas a la luna y el
sol del amanecer, habías obtenido lo que querías, mi ingenuidad. Fui una tonta
en confiar y aceptar falsas esperanzas de cambio, porque quien lo hace una vez
lo hace dos. Y así fue como todo se fue con el viento, los errores se repetían
y la espera comenzó a tener fecha de vencimiento. Me cansé de vos y de tus
ilusos pretextos, tu manipulación perdió el encanto y tu sonrisa la adicción.
Mi felicidad ya no dependía de ti ni de tus actos, la calma volvía a mi vida y
la seguridad a mi lado. No niego el dolor, pero fui un alivio marcharme.
Recuerdo la tristeza y la nostalgia que imanaban mis ojos. Poco a poco, me
reconstruí, recordé lo lindo que era vivir y lo mucho que me gustaba reír.
Cuando ya casi tocaba el cielo con las manos, volviste a aparecerte. Que pena
que el tren ya se había ido y que el aprecio que una vez te tuve había
caducado. Que grande satisfacción el decir que ‘no’ al que una vez te rechazo.
Pd: Que ridículo es que pienses que todo es tuyo, inclusive yo.